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El mito de la depresión biológica

por Lawrence Stevens, J.D.

Traducido por César Tort, Ciudad de México, México

      Se supone que la infelicidad es el resultado de una anormalidad biológica que a veces se le llama “depresión endógena” o “depresión clínica”.  En su libro El cerebro quebrantado: la revolución biológica en la siquiatría, la Dra. Nancy Andreasen de la Universidad de Iowa dice: “El antiguo término endógeno implica que la depresión ‘crece de adentro’, que está biológicamente causado, implicando que los eventos dolorosos y desafortunados como perder un empleo o un amante no pueden ser considerados causas” (Harper & Row, 1984, p. 203).  Asimismo, en 1984 la columnista Joan Beck del Chicago Tribune afirmó:  “Los trastornos depresivos son básicamente bioquímicos, no causados por eventos o circunstancias ambientales o relaciones personales” (30 julio 1984, p. 16).

      El concepto de depresión biológica o endógena es importante para la siquiatría por dos razones.  Primero, es la más común de las supuestas enfermedades mentales.  Como el Dr. Victor Reus escribió en 1988:  “La historia del diagnóstico y tratamiento de la melancolía puede servir como una historia de la siquiatría misma (en H.H. Goldmann, editor, Reseñas de siquiatría general, 2ª edición, Appleton & Lange, 1988, p. 332).  Segundo, todos los “tratamientos” siquiátricos para la depresión — sean drogas, electroshock o sicocirugía — se basan en la idea que la infelicidad que llamamos “depresión” es causada por una malfunción biológica más bien que por la experiencia diaria.  Esta idea errónea en la causalidad biológica justifica lo que en realidad es un uso injustificado de terapias físicas, y a la vez éstas justifican la existencia de la siquiatría como una especialidad médica distinguible de la sicología o del simple asesoramiento.

      Actualmente muchos profesionales y gente común creen que la depresión puede estar acusada por un “desequilibrio químico” en el cerebro a pesar que ninguna de las teorías sobre estos desequilibrios hayan sido confirmadas.  La Dra. Andreasen habla de algunas de éstas en su libro El cerebro quebrantado.

      Una de las teorías que describe es su creencia que la “depresión” (algo que yo prefiero llamarle tristeza o aflicción) es el resultado de anomalías neuroendócrinas indicadas por una cantidad excesiva de cortisol en la sangre.  Como demostración de esto menciona la prueba o test de supresión de dexametasona, o DST.  Sin embargo, se encontró que estaba equivocada la teoría detrás de esta prueba y las afirmaciones sobre su utilidad porque, en palabras de la Dra. Andreasen:  “Muchos pacientes con depresiones bien definidas tienen DSTs normales” (pp. 180ss).  Un artículo de la revista Escuela médica de salud Harvard llegó a una conclusión similar.  El artículo titulado “Diagnosticando la depresión: ¿qué tan bueno es el DST?” reportó que:  “Por cada tres pacientes con DST anormal, es probable que sólo uno tenga una verdadera depresión... e incluso una gran parte de deprimidos tienen resultados normales de DST” (julio 1984, p. 5).  Similarmente, en un artículo de noviembre de 1983 en Archivos de medicina interna, tres médicos concluyeron que:  “Los estudios realizados no fundamentan el uso del ST [test de supresión] de dexametasona” (Dr. Martin Shapiro et al., “Diagnósticos de laboratorio tendenciosos en la práctica médica sobre la depresión”, Vol. 143, p. 2085).  En su libro de 1993 ¿Sucede en tu familia?: depresión, la Dra. Connie Chan reconoce que:  “Aún no hay una prueba biológica para la depresión” (Bantam Books, p. 106).  Sin embargo, a pesar de todo este descrédito, a algunos siquiatras orientados al biologismo les gustan las explicaciones biologistas respecto a la infelicidad humana, tanto así que continúan usando el DST.  Por ejemplo, en su libro Buenas noticias sobre la depresión, el siquiatra Mark Gold dice que continúa usando el DST, y añade que esta prueba es “altamente solicitada como la prueba diagnóstica de depresión biológica” (Bantam, 1986, p. 155, énfasis en el original).

      En El cerebro quebrantado, la Dra. Andreasen también describe lo que llama “la teoría más aceptada sobre la depresión, la hipótesis de la catecolamina”.  Luego añade que “esta hipótesis es más una teoría  que un hecho” (p. 231), y que “sugiere que los pacientes que padecen depresión tienen un déficit de norepinefrina en el cerebro” (p. 183), siendo esta sustancia “uno de los principales sistemas de catecolamina en el cerebro” (pp. 231s).  Una manera de evaluar la hipótesis de la catecolamina es estudiar uno de los derivados de la misma en la orina, el denominado MHPG.  La gente con la llamada enfermedad depresiva “tienden a tener índices más bajos de MHPG” (p. 234).  De acuerdo con la Dra. Andreasen, el problema con esta teoría es que “no todos los pacientes con depresión tienen bajo el MHPG” (ibid).  Por lo mismo, concluye que esta hipótesis “no ha explicado aún el mecanismo que causa la depresión” (p. 184).

      Otra teoría es que la infelicidad o aflicción severa (“depresión”) es causada por bajos niveles de otro químico cerebral, la serotonina.  Un panel de expertos reunidos por la Oficina del Congreso sobre Evaluación Tecnológica reportó en 1992 que:  “Las principales hipótesis de la depresión se han enfocado a un funcionamiento alterado del grupo de neurotrasmisores llamados monoaminos (epinefrina, dopamina, norepinefrina, serotonina), particularmente a estos dos últimos...  Hasta la fecha, los estudios del autoreceptor norepinefrina en la depresión no han encontrado evidencia específica de una anormalidad.  Tampoco hay evidencia clara que relacione la actividad anormal del receptor serotonina en el cerebro con la depresión...  La información que se tiene no representa evidencia consistente de niveles alterados del neurotrasmisor o de una suspensión de la actividad normal del receptor” (La biología de los trastornos mentales, U.S. Gov’t Printing Office, 1992, pp. 82 & 84). 

      Pero incluso si se demostrara que existe una anomalía biológica asociada a la depresión, nos podríamos preguntar si ésta es causa o efecto del padecimiento.  Al menos un estudio de escaneo cerebral (emisión positrónica de tomografía, el escaneo “PET”) mostró que el simple hecho de pedirle a gente normal que imagine una situación que los haga sentir muy tristes, resultó en cambios significativos de flujo sanguíneo en el cerebro (Dr. José Pardo et al., “Correlaciones neurales en disforia autoinducida” en el Journal americano de siquiatría, mayo 1993, p. 713).  Futuras investigaciones probablemente confirmarán que son las emociones las que causan cambios biológicos en el cerebro, más bien que cambios biológicos en el cerebro causen emociones.

      Una de las teorías más populares de la depresión causada biológicamente es la de la hipoglicemia.  En su libro Luchando contra la depresión, publicado en 1976, el Dr. Harvey Ross dijo:  “En mi experiencia como siquiatra ortomolecular, veo que muchos pacientes que se quejan de depresión tienen hipoglicemia (bajos índices de azúcar)...  Debido a que la depresión es común en gente con hipoglicemia, cualquier persona deprimida sin una causa clara debe sospechar que puede tener baja el azúcar” (Larchmont Books, pp. 76, & 93).  Pero en su libro ¿Tienes una enfermedad depresiva? publicado en 1986, los siquiatras Donald Klein y Paul Wender ponen a la hipoglicemia en la sección titulada “Enfermedades que no causan depresión” (Plume, p. 61).  La idea de la hipoglicemia como causa de la depresión también fue rechazada en el artículo “Hipoglicemia: ¿hecho o ficción?” que apareció en la portada de la revista Escuela médica de salud Harvard (noviembre 1979).

      Otra teoría de enfermedad física como causa de la infelicidad o “depresión” es la del hipotiroidismo.  En su libro ¿Pueden los sicoterapeutas dañarte? la sicóloga Judi Striano incluyó un capítulo titulado “¿Depresión o una tiroides poco activa?” (Professional Press, 1988).  Asimismo, en 1988 tres profesores de siquiatría aseveraron:  “Desde hace tiempo se ha sabido que el hipotiroidismo manifiesto causa depresión” (Alan Green et al, La nueva guía Harvard de siquiatría, Harvard Univ. Press, 1988, p. 135).  La teoría es que la glándula tiroides del cuello segrega hormonas que llegan al cerebro, mismas que son necesarias para sentirse bien y que, si produce menos, la persona puede comenzar a sentirse infeliz (incluso si no hay otros problemas que cause la tiroides).  La Enciclopedia de medicina de la Asociación Médica Americana hace una lista de los síntomas del hipotiroidismo: “debilidad muscular, calambres, bajo rendimiento del corazón, piel seca y escamosa, pérdida de cabello... podría haber aumento de peso” (Random House, 1989, p. 563), pero la Enciclopedia no menciona a la infelicidad o “depresión” como una de las consecuencias del hipotiroidismo.  Supongamos que alguien comienza a experimentar debilidad muscular, calambres, piel seca y escamosa, pérdida de cabello y que ganara peso?  ¿Cómo se sentiría?  Deprimido probablemente.  Por otra parte, así como el hipotiroidismo es una glándula tiroides que produce poco (hipo = poco), el hipertiroidismo es una glándula que produce mucho.  Por consiguiente, si el hipotiroidismo causa depresión, parece lógico suponer que el hipertiroidismo produzca el efecto opuesto, esto es, que haga a la gente feliz.  Pero esto no es lo que pasa.  Como dice el siquiatra Mark Gold en su libro Buenas noticias sobre la depresión:  “La depresión también sucede en el hipertiroidismo” (p. 150).  ¿Y cuáles son las consecuencias del hipertiroidismo?  El Dr. Gold dice que sudación excesiva, fatiga, palpitaciones del corazón, piel húmeda, frecuentes idas al baño, debilidad muscular y ojos protuberantes.  De manera que tanto el hipo- como el hiper-tiroidismo causan problemas físicos en el cuerpo, y “depresión”.  Esto es lógico: cuando nuestro cuerpo no está funcionando bien es difícil imaginarse otra cosa que sentirse emocionalmente mal.  Pero nunca se ha probado que el hipotiroidismo afecte directamente los estados de ánimo, más bien es el efecto indirecto de sentirse enfermo físicamente lo que influye en nuestros estados anímicos. 

      Algunas personas creen que desequilibrios químicos relacionados con cambios hormonales pueden ocasionar “depresiones” debido a la supuesta causalidad biológica sobre los humores en las mujeres durante su ciclo menstrual.  En lo personal, no encuentro convincente este argumento porque conozco muchas mujeres que no son afectadas durante sus ciclos.  En su libro La búsqueda de la felicidad el profesor de sicología David Myers dice que este síndrome premenstrual es un mito (William Morrow & Co., 1992, pp. 84s).  Desde luego, algunas mujeres experimentan molestias físicas debido a su menstruación: ¡el sentirse mal físicamente es razón para encontrarse de mal humor!

      Otras personas creen que las mujeres experimentan indeseables cambios de humor en la menopausia debido a causas biológicas.  Sin embargo, un estudio sicológico en la Universidad de Pittsburgh reportó en 1990 que:  “En general, la menopausia no desencadena el estrés o depresiones en mujeres saludables; incluso mejora la salud mental de algunas”.  Y de acuerdo a Rena Wing, una de las sicólogas que realizó el estudio:  “Todos suponen que la menopausia es un evento que causa estrés, pero no hemos encontrado evidencia de este mito” (“El estrés menopáusico puede ser mítico”, USA Today, 16 julio 1990, p. 1D).

      También está cundida la creencia que por razones biológicas las mujeres pasen un período deprimidas después del parto, la “depresión post-partum”.  En su libro Cómo se forma un siquiatra el Dr. David Viscott cita a George Masslow, un médico que trabajando de obstétrico hizo el siguiente comentario:  “Oye, Viscott, ¿realmente crees en la depresión después del parto?  Habré visto unos dos casos en los últimos tres años y creo que es una mierda que ustedes [los siquiatras] se imaginaron para hacer negocio” (Pocket Books, 1972, p. 88).  Una mujer que dio luz a ocho niños, que en mi opinión la califica como experta en el tema, me dijo que eso de entristecerse después de partos es cierto, pero que se lo atribuía a causas sicológicas.  “No sé de causas fisiológicas”, dijo, “pero mucho de las sicológicas: te molesta cómo te ves” (esto se debe a que en nuestra sociedad se supone que la mujer debe ser delgada, y después del parto por un tiempo las mujeres no están así).  También dijo que después del parto una mujer siente un gran “cansancio físico”, y éste es el comienzo de nuevas responsabilidades parentales que, si somos honestos, debemos admitir que son agobiantes.  La llegada de estas responsabilidades y el reconocimiento de cómo afectan negativamente la libertad de la mujer, es una muy obvia causa no biológica de la depresión post-partum.  Puede que no sea sino hasta el nacimiento mismo del niño que los padres se den cuenta de cómo sus vidas cambiaron para mal, pero una carta de una amiga mía que entonces tenía tres meses embarazada de su primer hijo, ilustra que la depresión asociada con el parto puede ocurrir antes del nacimiento.  Dijo que constantemente lloraba porque pensaba que con un niño su vida nunca sería la misma, que sería una “prisionera” y que ya no tendría tiempo para hacer lo que quería en la vida.  Una razón por la que estas causas sicológicas no son reconocidas y las “depresiones” atribuidas a causas biológicas, es nuestra renuencia a ver los sinsabores de la paternidad. 

      Otra teoría de depresiones causadas biológicamente es el ataque de embolia cerebral.  Lo que hace que nos parezca más probable la causa neurológica que una reacción humana normal a la situación, es que el daño del ataque podría darse en el lado derecho del cerebro, que supuestamente causa excesiva alegría.  Sin embargo, una lectura cuidadosa de la mayoría de libros y artículos sobre neurología no apoya la afirmación de que “alegrías excesivas” se deban a una lesión en el hemisferio derecho.  En cambio, lo que la mayor parte de la literatura neurológica indica es que algunas veces este tipo de embolias produce la anosagnosia o falta de interés en los problemas de uno mismo (véase, por ejemplo, lo que dice el Dr. Oliver Sacks en El hombre que confundió a su esposa por un sombrero y otras historias clínicas, Harper & Row, 1985, p. 5).

      Quizá el argumento más gastado es que los antidepresivos no servirían si la causa de la depresión no fuera biológica.  Pero los antidepresivos no sirven.  Como dijo el Dr. Peter Breggin en 1994:  “No hay evidencia que los antidepresivos sean especialmente efectivos” (Replicándole con insolencia a Prozac, St. Martin’s Press, p. 200), esto es, en algunos estudios los placebos funcionan tan bien como el Prozac.  Y aún en el caso que los llamados antidepresivos sirvieran, eso no demostraría una causa biológica de la depresión ¡de igual manera como el sentirse mejor con mariguana, cocaína o alcohol no demuestra una causa biológica!

      Es curioso, pero una lectura cuidadosa de libros y artículos de aquellos siquiatras y sicólogos que creen en estas causas, generalmente revela causas sicológicas que la explican adecuadamente incluso cuando los autores creen que ese mismo caso ejemplifica la depresión biológica.  Por ejemplo, en Oscuridad sacra: el viaje personal de un sicólogo para salir de su depresión (John Wiley & Sons, 1982), un libro autobiográfico del profesor de la Universidad de Yale Norman Endler, éste afirma que su infelicidad “estaba inducida bioquímicamente” (p. xiv), y páginas después añade: “mi trastorno afectivo era básicamente bioquímico y fisiológico” (p. 162).  Pero por sus propias palabras es obvio que su depresión se debió a un amor no correspondido con una mujer con quien se involucró emocionalmente.  Esta mujer, Ann, decidió cortar su relación (pp. 2-5) aproximadamente en tiempos en que Endler sufrió un revés en su carrera: perdió una beca de investigación (p. 23).  A pesar de las afirmaciones de causalidad biológica, en ningún lugar del libro Endler cita pruebas médicas que muestren alguna clase de anomalías bioquímicas o neurológicas.  Y obviamente no puede hacerlo, pues no existen pruebas científicas que muestren la presencia de enfermedades mentales, incluyendo tristezas o “depresiones” causadas biológicamente. Similarmente, en El cerebro quebrantado la profesora Nancy Andreasen pone el ejemplo de un tal Bill, un pediatra cuyas recurrentes depresiones, dice Andreasen, ilustran que “la gente que padece enfermedades mentales sufren de un cerebro enfermo o quebrantado [énfasis de la autora], no de un carácter débil, flojo o malo, o de fallos en la educación familiar” (p. 8).  Andreasen no ve el hecho que la “depresión” de Bill ocurrió cuando su padre murió; cuando no le permitieron graduarse en la escuela de medicina en el tiempo debido; cuando a su esposa le dio cáncer y murió; cuando su segunda esposa le fue infiel y fue arrestado por estado de ebriedad después de una riña con ella (que hasta salió en el periódico local), y cuando le suspendieron su licencia para ejercer su profesión debido al estigma causado por el “tratamiento” siquiátrico que recibió (pp. 2-7).

      Una de las razones por las que la gente teoriza sobre causas biológicas de la “depresión” es que algunas veces se encuentran tristes por razones incomprensibles.  Esto sucede debido a aquello que los analistas llaman inconsciente:  “Las investigaciones de Freud causaron consternación mundial...  Comparando la mente con un iceberg cuya mayor parte está sumergido y es invisible, nos dijo que la mayor parte de la mente es irracional e inconsciente y que sólo la cresta del preconsciente y consciente están visibles en la superficie.  También sostuvo que la parte inconsciente, en gran parte sexual, guía más nuestras vidas que nuestra parte racional, a pesar que creamos que las cosas son precisamente de manera opuesta” (Ladas, et. al., El punto G y otros recientes descubrimientos acerca de la sexualidad humana, Holt, Rinehart & Winston, 1982, pp. 6s).  En Libro elemental sobre sicoanálisis, el Dr. Charles Brenner dice:  “La mayor parte del funcionamiento mental transcurre sin conciencia...  Actualmente creemos que... las operaciones mentales decisivas para determinar la conducta del individuo... pueden ser básicamente inconscientes” (Int’l Univ. Press, 1955, p. 24).  Un artículo de revista de 1990 reportó que:  “Los científicos que estudian sujetos normales también encuentran evidencia que la mente está compuesta de ‘procesores’ especializados que operan debajo del nivel consciente...  Freud parece haber estado en lo cierto acerca de la existencia de una vasta dimensión inconsciente” (U.S. News & World Report, 22 octubre 1990, pp. 60-63).  Que las experiencias de la vida causen infelicidad o la llamada depresión no siempre es obvio, ya que generalmente los procesos y memorias relevantes están ocultos en las partes inconscientes de la mente.[1]

      En lo personal, yo creo que la infelicidad o la llamada depresión siempre son el resultado de experiencias vivenciales.  No existe evidencia convincente de que jamás esté causada por factores biológicos.  El cerebro es parte de nuestra biología, pero no hay evidencia de que la infelicidad agobiante (“depresión”) sea biológica, de igual manera como los programas televisivos malos no están causados por un desperfecto electrónico en el televisor.  “El punto es no cómo curarse, sino como vivir” (Joseph Conrad, citado en Thomas Szasz, El mito de la sicoterapia, Syracuse Univ. Press, 1988, contraportada).  “Cuando los profesionales de salud mental señalan causas genéticas y bioquímicas espurias” de la depresión y recomiendan medicinas más bien que mejorar la vida, “inhiben el crecimiento personal y social” que necesitamos para  evitar la tristeza y tener una vida llena de sentido (Dr. Peter Breggin, “Replicándole a Prozac” en Psychology Today, julio/agosto 1994, p. 72).

 

EL AUTOR, Lawrence Stevens, es un abogado cuya práctica incluye representar a “pacientes” siquiátricos.  Sus folletos no están registrados en las oficinas de derechos de autor.  Se te invita a sacarles copias para distribuirlas a aquellos que creas que se puedan beneficiar.

 

Actualización de 1998
“...no existen pruebas clínicas sobre ‘desequilibrios químicos’ que puedan contribuir a la depresión” (Harvard Men’s Health Watch, publicado por la Escuela Médica de Harvard, diciembre 1998, p. 6).


[1]  Nota del traductor:  A pesar de la fascinante noción del inconsciente, en términos generales el legado de Freud, quien inició el oficio de la sicoterapia, no fue benigno — véase otro artículo de Lawrence Stevens en este mismo sitio web, Tesis contra la sicoterapias, y el libro que Stevens cita en el epígrafe de ese mismo artículo, Against therapy de Jeffrey Masson, traducido al español como Juicio a la sicoterapia (Chile: Cuatro Vientos, 1993). 


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